Las emociones dañadas en niños y adolescentes pueden ser resultado de maltrato físico, psicológico, por negligencia o por abuso sexual. La restauración puede ser en muchos casos un proceso largo y difícil según el tipo y duración de daño recibido, salvo la intervención milagrosa del Espíritu Santo. En nuestro rol de educadores y líderes cristianos podemos ser instrumentos del Señor para esta restauración y para ello debemos estar enteramente preparados a fin de no causar más daño a la víctima. Si hablamos de niños y adolescentes, algunos signos y síntomas de posible daño emocional son: comerse las uñas, problemas para controlar la orina o heces, trastornos del habla, trastornos de aprendizaje, problemas de sueño, agresividad, apatía, temores o fobias, tendencia suicidas o autodestructivas, y bajo rendimiento escolar, entre otros.
Diversos personajes bíblicos experimentaron en varios momentos de su vida sufrimiento, frustración, ira, desesperanza, tristeza, ansiedad, etc. Tenemos ejemplos en las vidas de Elías, Pablo, Pedro, David, Moisés, y aún nuestro Señor Jesús. Muchas veces la circunstancia que causó daño en la vida de niños y adolescentes puede estar enterrada en el pasado sin haberse resuelto, generando inestabilidad física y emocional. Para evitar más dolor la víctima puede caer en la racionalización o negación de lo sucedido: “Ya no me afecta mas”, “eso ya pasó hace tiempo y ya está resuelto”, “el tiempo sana las heridas”, “no pasó nada”, “no quiero volver a recordarlo”, etc. Muchas de ellas han sufrido una experiencia tan difícil que su cerebro se defiende a través de intentar olvidarla o negando que sucedió a fin de no volver a sentir el mismo dolor. Algunas víctimas quisieran verbalizar sus experiencias traumáticas pero no encuentran las palabras ya que la conexión del cerebro emocional con el área racional del lenguaje se ha bloqueado, dificultado así la resolución del trauma. Los niños más pequeños, por su nivel de desarrollo y madurez, no tienen la capacidad de enfrentar y procesar circunstancias que los han dañado emocionalmente ya que tienen un lenguaje y comprensión del mundo muy limitado.
Uno de los mejores aportes que podemos realizar a la restauración de un niño o adolescente es transformarnos en una fuente de seguridad y confianza. Es decir, que seamos percibidos como ese lugar seguro al que la víctima puede acudir cuando necesite ser escuchado y aceptado como persona. Recordemos que para los niños nosotros somos la imagen de Dios tangible, ya que por su edad no pueden comprender todavía conceptos abstractos. A través de mostrarnos dadores de afecto y amor podemos lograr que los niños confíen en Dios y hablen con él sobre todas sus necesidades y mayores angustias. Es finalmente el amor, y sobre todo el de nuestro padre celestial, el que sana y restaura nuestras vidas. Como resultado de entregarle todo a él experimentarán su paz que cuidará sus corazones y pensamientos como lo dice la Escritura en Filipenses 4:6-7. El guardar sentimientos negativos y experiencias dolorosas sin entregarlas a nuestro Dios produce trastornos en nuestra mente, entre los cuales encontramos la depresión, ansiedad, trastornos del sueño, trastornos sexuales, etc. El salmista David lo sabía bien y lo evidenció en el Salmo 32:3
Los niños no siempre pueden ser conscientes de cómo los pueden haber afectado las circunstancias dañinas en sus vidas (Jeremías 17:9). Por ello debemos pedirle al Espíritu Santo que nos guie al hablar con ellos (Salmos 139: 23-24) a fin de que identifiquemos adecuadamente como acercarnos a ellos con sabiduría. Es importante guiarlos a que reconozca sus sentimientos y emociones, y no se culpen de aquellas que son negativas ya que sentir ira o rabia, por ejemplo, es muchas veces una consecuencia natural de lo sufrido. Para alguien que ha sido víctima de abuso por algún cuidador cercano, aprender a confiar en Dios será todo un reto ya que la habilidad de abrirse hacia los demás ha sido dañada. Sin embargo, en el Salmo 31 David nos muestra que es a través de expresar nuestro dolor y necesidades a Dios en donde encontramos libertad y consuelo.
Si le toca acercarse a un niño que ha sufrido violencia. usted debe estar preparado para en primer lugar brindar afecto, aceptación, seguridad, tranquilidad, y estabilidad. Los niños lo percibirán y empezarán a sentirse más seguros. Es importante aprender a escucharlos y ayudarlos a comprender mejor cómo se llaman las emociones y sentimientos que están experimentando. Sin lugar a duda hay que estar entrenados a ayudarlos a liberarse de la culpa y reenfocar saludablemente los acontecimientos, ya que pueden haber creencias no saludables o interpretaciones erróneas, como por ejemplo que el niño o niña es el responsable de haber “incitado” el abuso sexual que sufrió por parte de un adulto.
Es fundamental también dotar a las víctimas de herramientas para autorregular sus emociones, tranquilizarse, relacionarse mejor con otros, y conectarse con el Señor en oración cuando sienta angustia o tristeza. Finalmente, no menos clave es reeducar las emociones dañadas y las formas en que el niño o adolescente se vincula con otras personas, algo que puede haber sido dañado por el abuso. En suma, la tarea de acompañar víctimas de violencia y abuso es una tarea hermosa, un mandato del Señor para el cuál debemos estar preparados parar evitar re-victimizarlos, y más bien transformarnos en instrumentos del Espíritu Santo para su sanidad y restauración.
Autor: Dennis Rojas Sánchez – Psicólogo cristiano especialista en manejo de problemas de ansiedad, depresión y trauma.
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